Cada 5 de diciembre el mundo celebra el Día Internacional de los Voluntarios, una fecha establecida por la Asamblea General de las Naciones Unidas desde 1985 para reconocer y promover la labor de las personas que dedican su tiempo, energía y habilidades a ayudar a otros sin recibir un pago a cambio.
Voluntariado no es solo una actividad de fin de semana o algo que ocurre en campañas puntuales. Es una fuerza social que mueve comunidades y transforma realidades. Según datos de la ONU, se estima que alrededor de 1 000 millones de personas voluntarias existen en todo el mundo, y la mayoría de ellas trabaja directamente con sus vecinos y su entorno.
Este enorme esfuerzo colectivo tiene impacto real. En 2025, la ONU lanzó el tema “Every Contribution Matters” (Cada contribución importa), y marcó el inicio del Año Internacional de los Voluntarios para el Desarrollo Sostenible 2026. Esto significa que el trabajo voluntario se ve como clave para avanzar en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, desde educación hasta inclusión social, salud y cuidado del ambiente.
No es exageración. El voluntariado es a menudo la primera respuesta en crisis: terremotos, inundaciones, epidemias o pandemias. Las personas que se organizan para socorrer, acompañar o donar su trabajo son esenciales para aliviar el sufrimiento de otros. Así lo han reconocido agencias como la ONU y organizaciones humanitarias que trabajan en campo con voluntarios en emergencias.
Más allá de la ayuda directa, el voluntariado crea solidaridad. Une generaciones, culturas y barrios. Enseña que el bienestar de uno está ligado al bienestar de todos. Aunque a veces pase desapercibido, el voluntariado sostiene la cohesión social y llena el vacío cuando el Estado o el mercado no llegan.
En Perú, decenas de miles de personas dedican horas a causas sociales. Apoyan comedores populares, enseñan en zonas rurales, acompañan a personas mayores o ayudan en campañas de salud.
En este mes de diciembre debemos agradecer sinceramente a quienes sirven sin buscar aplausos. Pero más que eso, debemos exigir políticas públicas de protección cuando trabajan en contextos de riesgo.
Porque cuando servimos, no solo ayudamos a otros. Aprendemos a ser más humanos. Y eso nos fortalece como sociedad.