El 16 de octubre es un día para recordar que comer bien, con dignidad, es un derecho de todos. Y en el Perú —como en muchos países— este derecho aún está lejos de hacerse realidad.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estableció este día para «promover sistemas alimentarios resilientes para un futuro saludable». A nivel mundial, se estima que cerca de 730 millones de personas padecen hambre y más de 2 800 millones no pueden permitirse una dieta saludable.
En el Perú, la realidad también es dura. Más de 17 millones de peruanos viven en inseguridad alimentaria moderada o severa. A la vez, según el Programa Mundial de Alimentos (WFP), en 2024 alrededor del 51,7 % de la población sufrió inseguridad alimentaria moderada o severa.
Estos números no son solo estadísticas. Son familias que saltan comidas. Son niños que no reciben los nutrientes que necesitan para crecer y aprender. Son adultos que trabajan y aun así no tienen garantía de un plato completo de comida adecuada.
Tenemos leyes, políticas y programas que buscan cambiar este panorama. Pero las acciones aún no llegan con igualdad a todas las regiones. ¿Por qué? Porque producir suficiente alimento no es lo mismo que garantizar que todos lo reciban.
Este día debe llamarnos a exigir que los alimentos que vemos en las tiendas y mercados sean nutritivos, asequibles y seguros. A pedir que nuestras comunidades rurales, que producen alimentos, también tengan acceso a ellos de forma digna y justa. Y a reconocer que desperdiciar comida es también faltar al respeto al que no tiene qué comer. Pues cada tonelada que se pierde podría alimentar a muchas personas.
No se trata solo de producir más. Se trata de producir mejor y no dejar a nadie atrás. Comer bien no es un lujo, es un derecho. Y todos merecemos que ese derecho se cumpla.
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