El Misti, impasible, ha visto pasar siglos. Pero pocas veces ha presenciado algo así: la lengua española entera reunida bajo su sombra.
Del 14 al 17 de octubre —la Ciudad Blanca, la leona del sur— se convirtió en capital mundial del español. No fue un congreso más. Fue el X Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), el encuentro más importante del idioma, organizado por la Real Academia Española, las 23 academias de la lengua y el Gobierno del Perú. Y eligió, con simbolismo deliberado, no una capital, sino una ciudad hecha de piedra, resistencia y mestizaje.
En el Teatro Municipal, donde alguna vez sonaron zarzuelas y discursos independentistas, el rey de España pronunció una frase que resonó como un eco andino:
“La lengua española es para los hispanohablantes lo que Arequipa para Vargas Llosa”.
Horas antes, en ese mismo escenario, académicos, escritores y diplomáticos habían rendido homenaje a Mario Vargas Llosa, ausente en cuerpo pero presente en cada cita, en cada debate sobre la libertad y la palabra.
Mientras, en la Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa, la exposición «Diccionarismos» mostraba cómo palabras como “papa”, “choclo” o “cancha” —nacidas en estas tierras— entraron, tras siglos de desprecio, a los diccionarios generales del español. “No es concesión —dijo un académico mexicano—, es justicia lingüística”.
En las calles, el congreso se salió de los auditorios. Al atardecer, la Plaza de Armas se transformó en escenario del ciclo «Conciertos del Tuturutu»: la Tuna de la Universidad Católica de Santa María (UCSM), el Coro Polifónico de la Universidad Nacional de San Agustín (UNSA), la Rondalla Santamariana… y, en un giro inesperado, el freestyle de Stick, Almendrades y Andromeda en una exhibición de Red Bull Batalla. Allí, entre versos rimados y guitarras, se vio lo que el CILE vino a celebrar: un español vivo, en disputa, en creación constante.
—“En Estados Unidos, el español no solo tiene futuro: es el futuro”, afirmó el periodista Luis Fernández.
El CILE no trajo el español a Arequipa. Reconoció que siempre estuvo aquí —en el sillar, en el quechua que se cuela en los dichos, en el acento arequipeño que estira las vocales como quien amasa pan.
Y cuando el último concierto terminó y la Plaza de Armas quedó en silencio, solo se escuchó el viento bajando del Misti… y el murmullo de millones de voces que, en todo el mundo, siguen hablando en español.
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